Tu y tus otros dos compis de casa sois una parte importantísima de mi vida, evidentemente no tanto como yo de la vuestra, a pesar de que me dais vosotros a mi muchísimo más de lo que yo, o cualquier otro de mi tarada especie, pueda daros.
Es por eso que sois una constante en mis conversaciones y
por supuesto en mis pensamientos diarios.
Pero hay días en los que la fibra que vosotros habéis hecho más
sensible es tocada de forma cruel por algún horror o alguna estupidez que “los míos”
comenten contra “los vuestros”.
Anoche, después de cenar, dando una vuelta por las redes
para no estar del todo desconectada de la realidad, me enteré que unos tipos,
que hace unos meses no cumplieron con su deber y pusieron en peligro a todos
sus semejantes (si, ya se que vosotros ese tipo de comportamiento no podéis
entenderlo), han decidido que una buena manera de enmendar parte de su error es
sacrificando a Excalibur, el perro de la enfermera contagiada de Ébola por un enfermo
terminal al que irresponsablemente se trajo a España. Resulta que la vida de
Excalibur no vale lo suficiente para que nadie le pague las pruebas y saber si
realmente supone un peligro o no. La mejor opción al parecer es sacrificarlo
sin más. Muerto el perro se acabo la rabia.
Y es eso lo que me lleva a vosotros y especialmente a ti. Me
cuesta mucho entender que le pase esto a alguien como tu. Puede que lo que a la
gran mayoría de personas le cueste entender sea justo lo contario. De hecho en
alguna ocasión me lo han dicho: ¿Cómo puedo llegar a pensar que tu vida vale lo
mismo que la mía?. Pues hay varias razones, pero me quedo con dos; La primera
es que sois parte de mi familia, y la segunda es que, si nos ponemos finos, en
cuanto a virtudes, nos pegáis un repaso curioso.
A parte de todo eso, tu me conmueves como pocos seres pueden
hacerlo. Tu inocencia, tu entrega, tu nobleza…te hacen especial. Y además hemos
creado un vinculo especial: Somos compañeros de carreras (o de running, como se
dice ahora).
Esta mañana te ha tocado ponerme cara de pena. Te pones
triste cuando me ves coger la mochila. Tú no tienes ni idea de a dónde voy con
esa mochila, no sabes que dos días a la semana voy a la piscina, sólo sabes que
cuando salgo con la mochila no hay carrera y eso es una de las cosas que más
nos gusta a los dos.
Sin embargo el día que toca correr, solamente tengo sacar
los zapatos de la estantería con la mano (me deja flipada tu sentido del
olfato) para tenerte llorando-gritando y dando saltos y giros sobre ti mismo,
mientras esperas a que yo termine de prepararme. Esa alegría tuya es como una
sustancia dopante, me la contagias y me entran unas ganas locas de salir
pitando contigo. Me coloco los cascos, me engancho tu correa a la cintura y a
rodar.
Durante la carrera te vuelves mil veces, algunas buscándome
para que te proteja (esos monstruos horripilantes, las bolsas de plástico, te
dan muchísimo miedo), y otras buscándome para protegerme si notas que mi
respiración cambia, que toso o que me quejo por algo. Y cuando llegamos a casa
buscas la caricia de la recompensa al trabajo bien hecho.
Es divertido rodar
contigo, me siento acompañada y segura. De hecho cuando me he ido de vacaciones
y tu no has estado conmigo no he tenido la fuerza de voluntad suficiente para
correr a diario.
Salir a hacer deporte sin ti no es lo mismo, la vida sin
vosotros no es lo mismo, vosotros hacéis mi vida mejor. Vosotros, vuestra
especie hacéis la vida de mi especie mejor. Lástima que no sepamos verlo y no
sepamos daros vuestro sitio. Lástima que dependáis de nosotros. De lo contrario
tengo muy claro lo que te diría: Vete a un lugar donde se te aprecie, vete a un
sitio donde quien te cuide te respete y te valore y sepa que le vas a dar mucho
más de lo que se merece, vete lejos de esta cochina especie humana. RUN ALDO RUN.