Hace un mes que no publico nada, y el mes pasado sólo
publiqué una entrada. Eso no significa que no escriba, de hecho tengo multitud
de documentos a medio empezar y guardados en una carpeta, además del TFM de mis
culpas en el que se me está yendo la vida, pero desgraciadamente estoy
incurriendo en uno mis muchísimos defectos; abarcar mucho más de lo que mi
capacidad de organización es capaz de solventar, y es curioso, porque
precisamente este año me he visto reflejada más que nunca en la mujer orquesta
que hace treinta y seis años y ocho meses (aproximadamente) me dio la vida. Y
es curioso, digo, porque mi madre tiene una capacidad organizativa y de ataque
ante los problemas digna de los mayores estrategas de la Historia.
Es algo tópico y recurrente compararse con los progenitores
y en la mayoría de los casos salir perdiendo. Está claro, que aunque en nuestra
madurez nos está tocando pasar las de Caín, nuestra juventud ha sido mucho más
fácil y llevadera que la de ellos. Así que si me veo sin fuerzas debido a mi
pluriempleo jamás deseado, mis múltiples obligaciones adquiridas y no debidamente
compartidas, mi interés sin límite por seguir estudiando, aunque sepa que no es
muy probable que sea de provecho y que en todo caso es difícilmente compatible
con el resto de quehaceres diarios, no puedo evitar mirar hacia atrás y ver a
una mujer con mi edad que no sólo tenía las mismas dificultades que yo, sino
que con total seguridad su vida era mucho más complicada que la mía.
Una mujer que con 36 años tenía una cría de seis (eso es
absolutamente normal) con la que tuvo que luchar prácticamente sola, mientras
trabajaba ocho diarias y se ocupaba de una madre con parálisis y un padre con
alzheimer, hasta que consiguió con valentía y fuerza levantar un negocio para
poder brindarle a su marido una segunda oportunidad y que así pudiese bajarse
del camión que le impidió disfrutar de la infancia de su hija.
Pero la historia de esta mujer viene de antes y continua
hasta el día de hoy. Con 14 años empezó a trabajar y trabajando se pagó una
carrera que en su época era algo a lo que no todo el mundo podía acceder. Ayudó
a sus padres económicamente al igual que años más tarde, cuando su hija terminó
una carrera que no le sirvió para incorporarse inmediatamente al mundo laboral,
la siguió ayudando. Aún a día de hoy es el sostén de todos los que la rodean.
Ella tiene una fuerza sobrenatural que a mí,
particularmente, me abruma.
Claro que tiene defectos, de hecho probablemente es la
persona que con mayor facilidad me saque de quicio. Es mandona, un sargento que
no deja ni un segundo de respiro a su tropa, pero que saca lo mejor de ella. No
es dulce ni afectuosa, pero precisamente gracias a ese carácter he salido
siempre de los charcos en los que me he metido. Ella no te da una caricia, ella
te da un empujón, y sé que cuando no esté aquí para darme ese empujón, del que
tantas veces me he quejado, todo me va a resultar mucho más difícil, de hecho algunos
de los proyectos que hoy en día tengo en la cabeza me da pánico imaginar
llevarlos a cabo sin ella a mi lado.
Soy licenciada en Historia del Arte y bibliotecaria y ambas
cosas lo soy por vocación, sin embargo, a pesar de pasar la mayor parte de mi
vida estudiando y admirando a genios, puedo decir con toda tranquilidad que a
la única persona a la que admiro de verdad y a la que deseo parecerme es a mi madre.
De ese par de dos que me dieron la vida, a los que todo el
mundo que conoce quiere, pero que por carácter y humor sienten casi siempre más
afinidad con Joaquín, yo me quedo contigo.
Mamá, tu eres mi favorita, y no me da ni pena ni culpa
reconocerlo. Os quiero por igual, pero tú eres mi favorita.
Ayer fue tu cumpleaños y yo, como siempre, llego con
retraso.
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